Las imágenes especulares encierran, en su perfecta simetría, anomalías ocultas. Son el espacio de lo(s) otro(s) no dicho(s), lo deseante, y deseado. Atravesarlas, recorrerlas, descomponerlas, jugar, perder(se)

viernes, 8 de febrero de 2008

fragmentos rápidos

por la noche, cuando no podemos dormir, y recomponemos camas rotas, y hablamos, y nos miramos, y los resabios de la fiesta todavía crepitan por nuestro cuerpo, las palabras se convierten en dentelladas refulgientes, en sacos de furiosa verdad contra la que luchar, en dolor encriptado bajo la polisemia de nuestros ojos. No nos decimos, y no paramos de contarnos. Me miras, miras al techo, el techo que baja, que cada vez está más cerca de nosotros, el techo sin luz y con tristeza. Yo no te miro, pero te agarro la mano, no dejamos de tocarnos, aunque sea milimétricamente, es una especie de miedo a desgarrarnos si dejamos de sentir que estamos, ahí, los dos. No te miro y te siento, y te digo que es extraño, estar feliz y triste a la vez, estar feliz por ser, y sin embargo no dejar de sentir un cierto peso indescriptible que siempre va a estar ahí, que no desaparece, ni aunque te mire, ni aunque sepa que ese momento, porque ya no estará ahí, ahora, es infinito. Después me dices, que quiero demasiado a la gente, por no decirme que te quiero demasiado a tí, por no decirme que te pesa saberlo. Como si fuera posible contabilizar el amor. Te quiero así, porque no se querer de otra manera, pero te quiero con cierto odio también, por la fiereza y torpeza que soy, torito dirán algunos. Te quiero infiel, porque quiero a otros también, aunque no lo sepas, aunque no lo veas. Y te aprieto la mano fuerte para que no te escapes, para que no desaparezcas, para que no dejes de ser.
Llegan las diez, me levanto y me voy. Me pierdo en la mañana y en el metro, y en el ruido. Odio a la gente en estas circunstancias. Me da miedo estar sola.

No hay comentarios: